Siembra
de Martin Luther King (1968).
Era un hombre profundamente religioso que, según le gustaba
recordar, creció en una iglesia. Su padre era un predicador, como su bisabuelo,
su abuelo, su hermano o el hermano de su padre. Descubrió muy pronto que él, su
familia y quienes tenían la piel como ellos, negra como el asfalto, pertenecían
a una casta inferior en el orden blanco que les rodeaba. Aprendió a luchar por
sus derechos con el arma de la no violencia, y en pocos años se convirtió en la
figura simbólica, nacional e internacional, de una revolución protagonizada por
los negros del sur de Estados Unidos. Cuando la bala de un rifle le destrozó el
cuello en la tarde del 4 de abril de 1968, hace ahora 49 años, Martin Luther
King Jr. y su movimiento habían conseguido importantes cambios en las estructuras
de poder de la sociedad norteamericana.
Para muchos de sus antiguos aliados liberales, Martin Luther
King ya no era sólo el defensor de los derechos civiles, sino un peligroso
subversivo. King lo percibió, admitió ante los periodistas que en "una revolución
social no siempre se puede retener el apoyo de los moderados", que
"las clases privilegiadas nunca abandonan sus privilegios sin una fuerte
resistencia". Y comenzó a mostrarse triste, abandonado, a temer una
reacción derechista, a sentir miedo a la muerte, él que había sufrido la
cárcel, varios atentados fallidos, incontables humillaciones.
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